La Escuela
Parece que fue el consejo del conde de la Estrella, gran aficionado a la Fiesta, el que impulsó a Fernando VII a proponer a su gobierno la creación de la Escuela de Tauromaquia.
Era la época en que, suspendida la Constitución de 1812, los liberales se exiliaban o eran encarcelados, se cerraban universidades y se perseguía la«odiosa manía de pensar».
En 1830 recibió el conde el encargo oficial de redactar el informe sobre su necesidad y normas de funcionamiento, en el cual recomienda la ciudad de Sevilla como sede de la Escuela. Informó a continuación el intendente asistente de Sevilla don José Manuel Arjona, quien argumenta que «vale mejor que corran toros, que caer en otras diversiones más crueles, con que se distraen muchos vecinos» y entiende correcto el principio que inspira la memoria del conde para que «por medio de una metódica enseñanza de las reglas a que está sujeta esta profesión, de evite al público no sólo el disgusto de presenciar desgracias, sino el temor de que... puedan ocurrir por falta de la instrucción que en su arte va notándose en los toreros».
La Escuela se creó por Real Orden de 28 de mayo de 1830 y por Real Orden de 24 de junio de 1830 se nombra Maestro a Pedro Romero «cuyo nombre suena en España por su notoria e indisputable habilidad y nombradía hace cerca de medio siglo y probablemente durará por largo tiempo» y Ayudante a don Gerónimo José Cándido.
Sin embargo la Escuela nunca dio el fruto que sus fundadores apetecieron, porque los propósitos del conde de la Estrella y la maestría de Pedro Romero chocaron siempre con las intrigas del asistente Arjona, que imponía como alumnos a sus recomendados, aunque no tuvieran méritos para ello, lo que era ocasión de indisciplinas continuas. Así, fallecido el rey, la Escuela quedó suprimida por una Real Orden de 15 de marzo de 1834 firmada por Javier de Burgos.
De entre sus alumnos sólo uno destacó de modo extraordinario, Francisco Montes Paquiro, y otros dos le siguieron en fama, Francisco ArjonaCúchares y Manuel Domínguez Desperdicios.
Reinaba ya doña Isabel II, los liberales conseguían al fin sacar adelante una Constitución mestiza y triunfaban los poetas del romanticismo, José de Espronceda y José Zorrilla.
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