Salvador Sánchez Povedano, Frascuelo (1842-1898), era granadino de Churriana de la Vega; pero residió en Madrid desde niño, tuvo por maestro a Cayetano Sanz, el mejor y más elegante torero madrileño del siglo XIX, de quien tomó la alternativa (1867), y en Madrid murió de una pulmonía.
Más próximo a la escuela rondeña, sobrio, arrogante y valiente hasta la temeridad, era la antítesis de Lagartijo, lo que explica la apasionada división de la afición en dos bandos irreconciliables. Mataba a los toros de volapiés fulminantes, según lo describe un crítico de la época: «Al formar la puntería para dar la estocada ponía un gesto tan duro, arrugando el entrecejo, que bien se conocía su decisión de matar o morir con honra.»
Fue partidario entusiasta del príncipe Alfonso, quien luego de ocupar el trono lo honró con su amistad, y colaboró a la restauración de la monarquía, figurando en las milicias alfonsinas como sargento en el batallón que se llamó del aguardiente.
Rafael Guerra, Guerrita, el segundo "Califa" (1862-1941), se retiró de los toros en una corrida de Zaragoza el 15 de octubre de 1899, cansado de la intransigencia del público y de la hostilidad de la prensa, hastiados ambos de su poderío y de su insolente soberbia: «Después de mí, naide; después de naide, Fuentes», había dicho.
Destacó en la cuadrilla de Fernando, el Gallo, que le transmitió todo el saber de Lagartijo aprendido de su hermano José Gómez.
Torero enciclopédico, «sabía y podía más que nadie»; con la capa, las banderillas y la muleta no tenía rival, y con la espada muchas veces superaba a los mejores.
Impuso el toro de cinco años, más pronto, alegre y apto para el toreo artístico, exigido ya por el público, que el toro viejo que se lidiaba entonces, muy peligroso por sus resabios y reacciones inesperadas, lo que le permitió introducir cambios en la verónica, el cite de costado, y en el natural «para que una vez terminado el pase quede el diestro en posición de repetirlo» (Tauromaquia). Es decir, pone las bases de la ligazón de las faenas, seguramente inspirado en el toreo de su maestro Fernando el Gallo.
Había tomado la alternativa en 1887 de manos de Rafael Molina Lagartijo.
Manuel García Cuesta, Espartero (1866-1894), murió en la plaza de Madrid el 27 de mayo de 1894 de la cornada de Perdigón, un toro de Miura.
«Invasor de terrenos prohibidos y visionario de un tipo de toreo que aún tardaría unas décadas en hacerse realidad» (Paco Aguado), había llenado los ruedos con el arte depurado de su muleta y la alegría radiante de su sonrisa, con el asombro de su valor desmedido y la sangre generosa de sus heridas innumerables. Todas las mujeres estaban enamoradas de él.
Lo llevó a la muerte el empeño de los sevillanos de enfrentarlo, en una rivalidad desigual e imposible, con Rafael Guerra Guerrita. Toda Sevilla lloró su muerte en coplas diversas.
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